“El Padre es luz, el hijo es luz, el Espíritu Santo es
luz”, escribía san Ambrosio. Desde san Agustín, los Padres de la Iglesia han
siempre interpretado la luz como una manifestación del poder divino. Desde esta
perspectiva el vitral está destinado a tener un rol estético esencial. Gracias
a él, a sus efectos cambiantes, la luz penetra dentro del edificio que deviene
la ciudad celeste por excelencia, la Jerusalén celeste de El Apocalipsis,
hecha de muros de luz.
(Escritos de la Edad Media)
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